Nota en Revista Ñ – Semana Nacional del Teatro Comunitario 2019

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Nota en Revista Ñ – Semana Nacional del Teatro Comunitario 2019

Tercera edición

Teatro comunitario: el barrio como espacio escénico

La Semana del Teatro Comunitario busca visibilizar un movimiento espontáneo que lleva ya 35 años de tradición con 60 grupos que lo practican en todo el país.

Una escena de «Lo que la peste nos dejó», del grupo Pompapetriyasos con sede en Parque Patricios. Se podrá ver el sábado 30 a las 21 en el Parque Ameghino.

 

La Semana del Teatro Comunitario es una gran excusa para visibilizar un movimiento que se viene desarrollando desde hace más de 35 años y que por su propuesta de anclaje barrial, puede llegar a pasar desapercibido para muchos. Sin embargo, en la actualidad existen alrededor de 60 grupos en la Argentina, compuestos por entre 20 y 300 vecinos, con cientos de obras en cartel, literalmente a la vuelta de la esquina.

Lejos de reducirse a una cuestión de fe o de voluntarismos, a estas alturas el teatro comunitario ocupa un lugar indiscutido en la escena teatral. No solo por la magnitud de su estructura, conceptualización teórica y continuidad en el tiempo sino también porque, habiendo nacido de algunas experiencias de colectivos artístico-teatrales que sobrevivieron a la última dictadura militar, hoy en día se ha convertido en un movimiento cada vez más amplio y en un fenómeno de exportación. El modelo originado en la Argentina ha sido estudiado y adoptado en ciudades de España, Portugal, Colombia y México, por nombrar algunas.

Es que el teatro comunitario ha logrado involucrar activamente a la comunidad en un hecho artístico autogestivo, inclusivo, numeroso y diverso que dialoga con las problemáticas del barrio y de los propios protagonistas: la multitud de vecinos-actores. En escena, ellos recrean problemas históricos y cotidianos como un ritual transformador de la realidad. El teatro comunitario se define como “teatro hecho por vecinos para vecinos” y en su estética se incluye canto, plástica, dramaturgia y música. El director encara la tarea de entrelazar las problemáticas enunciadas por los propios integrantes en un trabajo que se propone la “recuperación de la memoria colectiva”.

Una breve historia del teatro comunitario nos remonta a las vísperas de la vuelta a la democracia en 1983, cuando Adhemar Bianchi, que traía su experiencia de teatro militante uruguayo y se encontraba distanciado de la noción de teatro de sala “de pocos para pocos”, dio el puntapié inicial proponiendo a los padres de una mutual escolar realizar una obra de teatro en una plaza. Formaría luego el grupo Catalinas Sur en La Boca. Hacia 1996, Ricardo Talento, que poseía larga trayectoria de trabajo itinerante en espacios no convencionales como escuelas y plazas, impulsó la creación del Circuito Cultural Barracas y desde entonces estos pioneros han comulgado en transformar la vida artística de los barrios.

Con la vuelta a la democracia, el clima era el de reencuentro de corporalidades e ideas largamente amansadas. Talento recuerda: “En ese entonces, había formado el grupo Los Calandracas y hacíamos funciones en Parque Lezama, donde usábamos zancos, pero después de la función necesitábamos bajar y mirarnos a los ojos. Actualmente, y con distintas variantes, sigue existiendo esa necesidad de encuentro. La virtualidad nos ha llevado a un mundo en el que hemos resignado lo esencial del encuentro, que es una necesidad humana”. Luego de la crisis de 2001 y ante el importante quiebre social, proliferaron nuevos grupos en diversas provincias. En ese contexto, Talento y Bianchi gestaron la Red Nacional de Teatro Comunitario (RNTC) con el objetivo de que los grupos compartieran información acerca de gestión, subsidios y realizaran intercambios de experiencias en encuentros nacionales.

Edith Scher, directora del grupo Matemurga de Villa Crespo y miembro de RNTC señala que “el Teatro Comunitario ha florecido muchas veces en contextos de crisis porque invita a juntarse con otros y es entonces que se hace más necesario”. Sin embargo, esta experiencia no ha dejado de expandirse, porque el teatro comunitario es un importante generador de nuevos públicos y tiene la cualidad de acercar una experiencia artística que podría parecer lejana. Scher hace hincapié en que “las obras se hacen en tu calle, en la escuela a la que van tus hijos y permite identificarse y decir: este podría ser mi tío, mi mamá o podría ser yo”.

No es menor que una de las características principales de este formato sea la gran heterogeneidad en el interior de grupos numerosos (de entre 20 a 300 integrantes), en los que conviven vecinos de diversas generaciones, profesiones, oficios y nivel educativo, y que comparten la responsabilidad y el placer de sostener en el tiempo un proyecto. “Abrevan en la identidad y la memoria no solo desde lo temático sino también a partir de la resignificación de los géneros populares: murga, sainete y clown”, subraya Scher. El componente épico del canto también es fundamental en la propuesta. En el coro existe un “nosotros” en lugar de un “yo”.

Por otra parte, se identifica al teatro comunitario con una fuerte composición de sectores medios y este es un punto interesante porque, como indica Talento, “la clase media es un sector vulnerable en un sentido distinto del que se asocia a otros sectores con otras carencias vitales. Está muy atravesada por el individualismo y a la vez es formadora de opinión. Entonces estos espacios que tienen una propuesta de construcción colectiva y de lograr entre todos lo que en soledad no se puede lograr, son altamente transformadores». Romina Sánchez Salinas, doctora en Sociología especializada en Teatro Comunitario, señala que al tratarse de “una práctica con un fuerte componente territorial, las producciones y las formas de organización y de gestión de los distintos grupos responden a características del contexto local. Así, en algunos grupos de las provincias se trabaja en menor medida en el espacio público que en Buenos Aires, por ejemplo, en donde se lo asocia como práctica contestataria, o bien en las propuestas estéticas puede haber más danza que canto porque este último es más rioplatense”.

Más allá de estas variaciones, hay denominadores comunes que se dan por los trazos y la divulgación del proyecto fundante. Si bien el teatro comunitario tiene reminiscencias de otras ideas y técnicas de teatro popular, militante, como puede ser el Teatro del Oprimido de Boal, el de Brecht, Grotowski, Meyerhold, entre otros, en sus investigaciones Sánchez Salinas da cuenta de que la propuesta de Bianchi-Talento se separa del teatro independiente de la época, procurando que no existan jerarquías entre artistas y público. Así, el formato adquiere características específicas que inciden tanto en su modo de trabajo como en el manejo de recursos, “desde entradas gratuitas o a la gorra, la participación en grupos como garantía de formación actoral sin costo y rotación de roles en las obras para evitar que se generen centrismos”. La semana del Teatro Comunitario se convierte así en una excelente excusa para acercarse a este fenómeno que reivindica el encuentro como forma de participación ciudadana. Durante estos días, se desarrollarán simultáneamente en Buenos Aires, Córdoba, Misiones, Santa Fe, Mendoza, La Pampa y Salta una gran variedad de espectáculos, conferencias, charlas, conciertos, talleres, presentaciones de discos y libros. El teatro comunitario exige hoy una gran dedicación por parte de la comunidad que no solo perdura sino que se amplifica, y deja traslucir cierta magia que desafía utopías. En palabras de Scher, “es un fenomenal ensanchador de horizonte humano, porque se vive en el propio cuerpo la experiencia de construir universos de ficción que transforman la realidad con otros”.

Del lado de adentro

Maria Eugenia Lanfranco tiene 56 años y empezó a participar del Circuito Cultural Barracas hace 7. Trabaja en una empresa de salud, pero dos veces por semana en ensayos y los fines de semana en función también es actriz, asistente de dirección, cocinera y barrendera.

Llega junto a sus compañeros dos o tres horas antes de comenzar la función. Todos los domingos a las 11.30 o 12 del mediodía llevan el tupper de lo que sobró la noche anterior para compartir y empiezan con los preparativos. Quienes tienen facilidad en ciertas tareas ayudan a otros: algunos con el maquillaje, otros con el sonido o luces, en la costura de los trajes o escenografía. Son alrededor de 250 vecinos y allí conviven niños de 4 o 5 años con personas de 84 años, adolescentes y adultos. “Se forman lazos de cuidado y una idea de que la escena es de todos, independientemente de que uno participe en ella o no. Por ejemplo, hay integrantes que vienen a cortar las calles porque hay un grupo de logística que hace eso y da placer formar parte del colectivo”.

En el espectáculo Barracas al fondo, que es callejero, María Eugenia recorre las 12 cuadras por las que transcurrirá la obra junto con otro compañero y el director, y con una pala y escoba barren y limpian antes de cada función. “Algunos vecinos baldean los domingos a la mañana sus veredas porque saben que vamos a pasar con la obra. Hay señoras que preparan el mate y llevan dos sillas para ver una única escena porque es la que ocurre en la puerta de sus casas. A veces las invitamos a ver la obra completa, pero ellas quieren ver todas las semanas la misma escena. Otros vecinos sí se enganchan y hacen el recorrido con nosotros. Se va generando una convivencia con el barrio, una comunidad. No somos ajenos al barrio porque somos del barrio”. María Eugenia se tienta cuando relata que los sábados en cambio, en la obra El casamiento de Anita y Mirko, en cartel hace 19 años, hay vestuario de dos familias, de los tanos y de los rusos y que nunca sabe qué la va a tocar. “A medida que vamos llegando todos repetimos la misma pregunta: ¿a qué familia pertenezco hoy? No es que hay un protagónico y puestos de reparto. Uno va alternando dependiendo de la energía que tiene y se alegra mucho cuando un compañero empieza a hacer y desarrollar un personaje nuevo”.

A María Eugenia le gusta ir a nadar, pero entre palabras entrecortadas y suspiros advierte que no sabe si esta vez le va a alcanzar la energía. Es tranquila y callada, cuenta, pero cuando tiene que hablar de esto se enciende y emociona. Es que el Teatro Comunitario le cambió la vida. Por eso, “cuando veo a la gente que está opaca o en una situación difícil me dan ganas de decirles: acercate al grupo de teatro comunitario, como si te lo indicara primero alguien que te quiere. Yo creo que si existiera en todos los barrios, estaríamos mucho mejor. Hay que dejar el ego en la puerta y ahí la gente florece. Es una oportunidad de florecer”.

III Semana de Teatro Comunitario
Hasta el 8 de diciembre
Programación completa en teatrocomunitario.com.ar

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